Espacio Elefante (2015-2019)

Trastienda: Espacio Elefante (2015-2019)

Foto por Carlos Molina (Noisey).
Foto por Carlos Molina (fuente: Noisey)

Durante siete de los diez semestres que duró mi formación musical, estuve metido en una verdadera carrera paralela impartida por jóvenes sonidistas, bandas independientes, compañías emergentes, cursos enteros de bailarines, genios locos en potencia, editores anarquistas, sellos hardcore, luchadoras históricas y creadores desquiciados. Una versión comunitaria y autodidacta de Gestión Cultural -un laboratorio interminable de proyectos peligrosos , una cosecha de descontento- en un subterráneo santiaguino. En este breve artículo documental quisiera hacerles homenaje a mis compañeros y documentar la trastienda, ese motor surrealista que hay detrás del escenario.

Capítulo 1

Darío Llancamán, héroe de Espacio Elefante, me invitó a participar del Centro Cultural en julio de 2015. La toma estaba por terminar y estábamos cagados de frío tras la puerta encadenada de la Facultad. Yo estaba en segundo año y no tenía idea que en el subterráneo de nuestro edificio había una intensa circulación de proyectos culturales desde 2013.

Darío tocaba en dos bandas hardcore, hacía sonido en una o dos tocatas por fin de semana, y grababa, mezclaba y masterizaba discos (a veces sin poner su nombre en los créditos).

En esa época el Equipo Elefante consistía en Lía, Maka, Gonza, Pipeño, Darío y Fabián. Gabriel y yo éramos los refuerzos para la temporada de segundo semestre 2015.

 

Llegamos a octubre sin bajar el ritmo y se nos vino abajo el techo. Literalmente. Ese día teníamos la segunda fecha del Ciclo Grandes Éxitos de nuestros queridos amigos del Sello Fisura. ¿Cómo se mantiene un espacio cultural sin espacio?

 

Mientras tanto en la Facultad, había que reconstruir la Sala Elefante. Tuvimos unas cuantas reuniones con el Decanato en las que apareció hasta Ariel Grez, veterano Elefante y entonces Senador Universitario, a darnos una mano. Mi indignación por la infraestructura dantesca de la universidad (ese mismo año me había "caído" en el ascensor) se fue mezclando en aquellas reuniones con una extrañeza generalizada. Estábamos sentados en la oficina de la Decana y parecíamos tener tanta injerencia en la Sala Elefante como los dos profesores que hacían clases en ella hacía mil años. ¿Cómo era esto posible?

Para cuando la sala estuvo implementada con un nuevo techo (abril 2016) había decidido saciar mi curiosidad por la historia del proyecto y fui a entrevistar a Simón Orozco y a Makarena Marambio, miembros antiguos del equipo. En base a esas entrevistas escribí un pequeño trabajo de investigación para la asignatura del profesor Rodrigo Torres, haciendo un recuento desde 2010 hasta 2014. Las entrevistas y ese trabajo se pueden leer aquíaquí. 

Efectivamente, todo esto era posible porque un montón de estudiantes habían trabajo como locos por 4 años y habían hecho las cosas muy bien.

Empezando 2016, mientras esperábamos que las reparaciones de la Sala Elefante estuvieran listas, abrimos la convocatoria para una nueva temporada al misterioso mecanismo de las redes sociales que permite que nuestro pequeño formulario de Google se fuera llenando de propuestas de todo tipo. Mientras tanto, Darío Llancamán realizaba el primero de sus talleres para mechones de Sonido y otros interesados. A partir de este taller el equipo recibió una nueva generación de jóvenes estudiantes de Sonido.

Además, nos esperaban extensas reuniones de programación. Las propuestas para la temporada llegaban y llegaban y demandaban noches enteras de revisión. Lía y Maka habían dejado el equipo a estas alturas y teníamos que aprender a programar una temporada.

En algún momento descubrimos o entendimos que existían tres calendarios distintos (literalmente, tres cuentas Google Calendar) con las fechas de los distintos tipos de conciertos de la Sala Isidora Zegers. La productora del Departamento (hasta 2015 había sido la misma Lía), sólo trabajaba en los conciertos de temporada. Los conciertos de cátedra quedaban a cargo del profesor que correspondiese.

Para complejizar el asunto, esta programación por partida triple no ocurría de un tirón, en un momento del año. De hecho, nosotros Elefantes en varias ocasiones teníamos más claridad de lo que venía en nuestro espacio para el mes actual y hasta el semestre, que ellos. Pero resultaba que en el documento que aseguraba nuestra existencia (un protocolo oficial) se estipulaba que nuestra programación se supeditaba a la de la Sala Isidora Zegers. ¿Por qué?

Porque el ruido sube. Más aún ahora que el cielo falso pesado y antiguo estaba siendo reemplazado por un cielo americano delgado y liviano. Para buena parte de los catedráticos y compositores que mostraban sus piezas en la Sala Isidora Zegers, eso es lo que era Espacio Elefante: un ruido insoportable, un ruido de bajos y platillos y cosas peores subiéndoles por los pies. Me encanta esa idea. Aunque claro, arruinar un concierto de título es horrible. Intentábamos evitar los topes a toda costa, pero ocurrían cada cierto tiempo, sobre todo cuando uno de los tres calendarios del Departamento de Música se actualizaba sin previo aviso. En esas ocasiones alguien bajaba corriendo a gritarnos que cortáramos todo.

(Anécdota 1) Mención honrosa para la única académica que se sentó conmigo a resolver uno de estos topes como un problema de programación entre dos espacios culturales: Paulina Mellado. Una de las raras ocasiones en que la Sala Isidora Zegers estaba en manos de una profesora de Danza. Podría ocurrir más seguido.

A pesar de todas estas aventuras administrativas, la temporada 2016 fue la más activa de la historia de Espacio Elefante hasta el momento:

Otra gran ocurrencia en 2016 fue ésta: organizar nuestro propio ciclo de bandas emergentes. Después de que Sello Fisura, Asociación de Músicos de Buin, Sudamerican Records, AM Remolino y otros gestores hubieran pasado por la Sala Elefante, notamos cómo el interés de las bandas por venir a tocar a nuestro espacio estaba creciendo. No todas las bandas estaban también armando un sello o un proyecto grande que les permitiera aglutinar varias fechas de concierto, así que decidimos juntarlas a todas.

 

Ahora pienso en qué nos estábamos metiendo: después de esas tres fechas iniciales de 2016, en 2017 y 2018 nuestro propio ciclo de bandas fue uno de los proyectos que más trabajo nos demandó, el primero en que nos ganamos un fondo concursable, y una experiencia fundamental para todos.

Pero antes de pasar a 2017, aquí unas cuantas fotos que encontré de nuestro paseo Elefante 2016:

Teníamos bastantes ideas para la temporada 2017, y necesitábamos gente para hacerlas posibles. A pesar de que el equipo había crecido, nos faltaban ayudas específicas, relativas a experiencias que no había entre nosotros. Cuando entré en 2015 nadie estaba a cargo de la difusión y ese fue mi supuesto rol inicial, aunque en realidad la lógica era: hay que hacer esto, ¿quién sabe? ¿quién quiere? ¿quién puede? Aunque suena poco sofisticada, aún defiendo esa manera de organizarse en un colectivo, porque alienta el aprendizaje de múltiples cosas para cubrir las necesidades del proyecto, y también mantiene a los miembros del equipo pensando juntos en cómo resolver problemas, sin que nadie se desentienda demasiado, lo que asimismo evita el entrampado burocrático que nace de roles demasiado específicos y rígidos. Dicho todo esto, también es muy bueno que exista una variedad de competencias y saberes para repartir las tareas -a veces es más fácil encontrar a una fotógrafa o fotógrafo que quiera sumarse al equipo que enseñarle composición fotográfica y qué-sé-yo a un músico que además está preocupado de aprender algo de solfeo para pasar sus ramos. Porque todos los miembros del equipo estábamos estudiando otras carreras.

Así que en 2017, además de una convocatoria abierta para proyectos artísticos, hicimos una convocatoria aparte para una nueva versión de nuestro ciclo de bandas, y una tercera convocatoria de únete al Equipo Elefante.

Capítulo 4

En 2017 la anterior coordinadora de Espacio Elefante, Lía Arenas, volvió de un año de viaje por el primer mundo, de cuyas aventuras aún sabemos muy poco. Lía no venía con ganas de descansar y me invitó a redactar una ponencia sobre Espacio Elefante para postular al II Congreso Latinoamerciano de Gestión Cultural. Su propia experiencia y mis investigaciones anteriores sirvieron como base para nuestro trabajo que titulamos Espacio Elefante: espacios culturales y propuestas de extensión universitaria estudiantil en el Chile posdictadura.

A fines de agosto nos enteramos de la selección y comenzó la misión financiamiento, porque el congreso era en Cali, Colombia, y había que llegar.

(anécdota 2: Elevator Pitch) En alguna clase de Gestión Cultural nos mostraron este ejercicio de "si te encontraras con un financiador perfecto en el ascensor, ¿podrías venderle tu proyecto en lo que dure la subida/bajada?". La idea del pitch siempre me ha parecido un poco capitalista, y aunque el cuento del ascensor tenía un objetivo didáctico, me parecía también un poco ridículo. Pero el caso es que había rellenado a toda velocidad el formulario de las Ayudas de Viaje de la Dirección de Asuntos Estudiantiles de la Facultad y sólo me estaba faltando la firma de apoyo de un profesor. En el mismo ascensor en que me había caído dos años antes, quedé medio apretujado con el Dr. Cristián Guerra y me firmó la hojita ahí mismo antes de salir al piso 10.

El caso es que entre la pequeña ayuda de la D.A.E., la gran ayuda de Maka Marambio que se endeudó por nosotros, y la indiferencia del Ventanilla Abierta, llegamos a Bogotá en avión y tomamos un bus a Cali toda la noche para llegar tempranito al Congreso, donde nos juntamos con Nicole Velásquez, otra expositora chilena que nos consiguió alojamiento (saludos a Nathalie Molina) y tomó la foto de más arriba.

En el congreso había de todo: visiones académicas y filosóficas de la cultura y la gestión, muchas conversaciones sobre políticas públicas, y algunos productores de proyectos como nosotros de los que sacamos mucha inspiración, como El Nicho y el Festival de Artes El Camello (ambos de Bogotá), al que hicimos llegar un documental desde Chile al año siguiente (Soberanía, de María Jesús Torres, Carlos Montes de Oca y César Fuenzalida).

Bueno, y mientras tanto en nuestra temporada:

Capítulo 5

En 2018 hice poca producción. Había funcionado bien la modalidad de distribuir los proyectos entre los miembros del equipo, y continuamos así, con múltiples y muy hábiles productores, mientras yo me concentraba más en hacer algunas vinculaciones dentro y fuera de la U, y revisar los asuntos del Premio Azul que nos habíamos ganado con nuestro Ciclo Elefante de bandas emergentes. Usamos la plata para renovar nuestros equipos, y reitemizamos tantas veces el presupuesto que en algún momento sentí que mi cabeza se había perdido en el universo de ChileCompra, o estaba atascada entre Contraloría y Dirección Económica esperando número de decreto. Cuando esa rendición final cuadró fui profundamente feliz.

Gabriel Fuentes revisando que lo que había llegado fuera efectivamente lo que habíamos puesto en la Orden de Compra de Premio Azul, en el cosmos de los archivadores de la Facultad de Artes.
Gabriel Fuentes revisando que lo que había llegado fuera efectivamente lo que habíamos puesto en la Orden de Compra de Premio Azul, en el cosmos de los archivadores de la Facultad de Artes.

El Ciclo Elefante, en esta tercera versión, se convirtió en el proyecto más demandante de la temporada: 8 fechas y más de 300 bandas postulantes. Un grupo al interior del equipo Elefante se hizo cargo de la producción de todas las fechas, y la revisión de todo ese material que había llegado por la convocatoria. Además teníamos la convocatoria abierta común y corriente, con más tocatas, lanzamientos de libros, sesiones de improvisación y obras de teatro.

Además, nuestra amiga Arheli García-Huidobro nos contactó desde Extensión FECh para construir un ciclo de capacitaciones especialmente diseñadas para estudiantes de la Facultad de Artes. Arheli había notado, como nosotros, que las diversas competencias asociadas a la gestión cultural estaban mayoritariamente ausentes de nuestras mallas curriculares; y como solución consiguió que La Makinita viniera a la Casa FECh a hacernos un ciclo de clases (se inscribieron 30 proyectos musicales) en el marco de su Encuentro IMESUR. 

Anécdota 4: A mitad de año, con la temporada andando, nos llamaron por la llegada inminente de Alejandro y María Laura desde Lima. La única fecha posible para tenerlos era un día domingo y estábamos encima. Pablo, Dánisa y Nico se habían convertido ya en un núcleo de producción todoterreno con el Ciclo Elefante y se apuntaron de inmediato. Mi misión sería conseguir el permiso.
Ocurría lo siguiente: a pesar de que Simón, Ariel y otros veteranos elefantes hubieran conseguido que el Departamento de Música nos cediera la administración de la Sala Elefante, esto solo valía en ciertos horarios. Para hacer cualquier cosa después de las 22.00 o en días sábados y domingos, había que pedir permiso. La cartita que mandábamos pasaba por el cuarto piso, donde el Departamento de Música supuestamente revisaba que en la Sala Isiora Zegers no hubiera un concierto que topara con el nuestro. Firmada por el Director, la carta viajaba al tercer piso donde el Vicedecano firmaba también, dando la orden al administrador de personal de la Facultad de convocar a horas extras al funcionario que se quedaría apoyando en la puerta durante el evento. El Vicedecano era profesor de artes visuales y por tanto pasaba buena parte de la semana en el Campus Juan Gómez Millas y no era siempre fácil ubicarlo. En 2018 decidieron agregar una tercera fase para la aprobación de un permiso: la Dirección de Asuntos Estudiantiles tenía que revisar la propuesta para asegurarse de que Alejandro y María Laura, en este caso, no fueran individuos peligrosos para la convivencia universitaria, que no promovieran el consumo de drogas y alcohol, o alentaran desmanes nuestra pobre infraestructura. La Directora de ésta unidad no tenía oficina, así que a veces estaba en el piso ocho compartiendo escritorio con los musicólogos, a veces estaba en la sala de Psicología y a veces estaba haciendo clases en el piso -3 sin señal de celular.
Así que dijimos que sí a la propuesta y nos encomendamos a las fuerzas misteriosas de la administración universitaria mientras yo corría por los pasillos e la Facultad supervisando que la carta no se perdiera en ninguna oficina.
Perdón por la historia latera. Pero si usted ha estado en la Sala Elefante después de las 22:00 horas, o en días de fin de semana, sepa que algún elefante tuvo que hacer todo esto para que fuera posible.

Así fue transcurriendo mi último año en Espacio Elefante, con una o dos actividades por semana, una reunión semanal si conseguíamos coordinar los horarios, sesiones de revisión de proyectos con once, y un último paseo por las carreteras de Colina en que dejamos listos los formularios para 2019 y me despedí del equipo.